Ciudad de México – Visitar México después de varios meses, a más de seis semanas de la aparente ejecución de 43 estudiantes desaparecidos por obra de autoridades locales del estado de Guerrero vinculadas a una banda del narcotráfico, es como llegar a otro país: hay un estado de frustración y enojo colectivo que no se veía en varios años.
Hace apenas unos pocos meses, el presidente Enrique Peña Nieto recibía en Nueva York la distinción de “Estadista del año”, y sus audaces reformas energéticas, educativa y de telecomunicaciones eran celebradas por los medios internacionales como el comienzo del “Momento de México”, que impulsaría rápidamente a este país hacia el Primer Mundo.
Pero de pronto, aunque la economía de México está creciendo más que las de Venezuela, Argentina o Brasil, ha salido a la superficie el enojo colectivo por la violencia endémica del país y por una serie de nuevos escándalos de aparente corrupción política.
Prácticamente cualquier mexicano con que uno hable, pobre o rico, coincide en que la probable ejecución masiva de los 43 estudiantes en la ciudad de Iguala —junto con los nuevos escándalos en torno de un dudoso contrato de $3, 700 millones adjudicado a un consorcio de China para la construcción de un tren de alta velocidad, y de la compra de una mansión de $7 millones de la primera dama Angélica Rivero— han provocado la peor crisis política de Peña Nieto desde que asumió la presidencia hace dos años.
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