El fiscal argentino Alberto Nisman, que falleció en circunstancias misteriosas horas antes de que debía presentarse ante el Congreso para ampliar su denuncia contra la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner y el ministro de relaciones exteriores Héctor Timerman en la causa AMIA, no parecía un hombre deprimido poco antes de morir. Por el contrario, parecía muy confiado en sí mismo, convencido de tener pruebas sólidas, y determinado a darlas a conocer.
En su entrevistas televisivas la semana pasada como la que dio el miercoles 14 al canal argentino TN, en las que explicó sus acusaciones contra el gobierno argentino, Nisman irradiaba seguridad y convicción. Y en un e-mail que me envió el sábado, un día antes de ser encontrado muerto en su apartamento, Nisman aceptó gustosamente una entrevista que le había pedido para el Miami Herald y CNN en Español esta semana.
Respondiendo a un e-mail que le había enviado pidiendo la entrevista, Nisman escribió que “obviamente me interesa”. Agregó que “el lunes concurro invitado por la Comisión de legislación penal y posiblemente se extienda hasta tarde. Hablemos el lunes tipo 7 u 8 de la tarde, a ver si ya me desocupé. Gracias”.
Cuando me enteré de su muerte esta mañana, no pude menos que pensar que se trata de una muerte sospechosa. Un hombre que está contemplando suicidarse en pocas horas dificilmente hubiera actuado como lo hizo Nisman en sus ultimos dias. Probablemente hubiera dejado una carta póstuma, hubiera parecido mas conflictuado o agobiado en sus últimas entrevistas televisivas, y hubiera mostrado una cierta ambivalencia al responder pedidos de entrevista como la mía. En cambio, Nisman estaba ansioso por hablar: “Obviamente que me interesa”, dijo, sin poner otra condición que el haber terminado su comparecencia en el Congreso.
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