El secretario de Estado, John Kerry, merece un aplauso por decir que los derechos humanos serán una prioridad en las nuevas relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba, pero su decisión de no invitar a disidentes cubanos a la ceremonia de izamiento de la bandera en la embajada de Estados Unidos en La Habana fue — por decirlo suavemente — desconcertante.
Cuando entrevisté a Kerry la semana pasada en Washington, dos días antes de su viaje a Cuba, me dijo que “los derechos humanos, obviamente, están a la cabeza de nuestra agenda, en términos de las primeras cosas en que nos vamos a enfocar en nuestro trato directo con el gobierno cubano”.
Kerry me dijo incluso que planea discutir con Cuba una “especie de hoja de ruta” para una “total” normalización que al final del camino incluiría el levantamiento del embargo de Estados Unidos, y pasos por parte de Cuba como permitir que los cubanos puedan “participar en un proceso democrático, para elegir a gente”. Para su crédito, Kerry reiteró estos temas en La Habana, donde declaró que “el pueblo de Cuba estaría mejor servido con una auténtica democracia, donde las personas sean libres de elegir a sus líderes”.
Todo esto suena muy bien. Pero el hecho es que, en su visita a La Habana, Kerry no invitó a los disidentes cubanos a asistir junto con funcionarios cubanos a la ceremonia de izamiento de la bandera en la embajada de Estados Unidos. En cambio, algunos opositores pacíficos fueron invitados, junto con cientos de otros invitados, a un evento separado más tarde ese día en la residencia del encargado de negocios de Estados Unidos en La Habana.
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